El mundo sueña viento. Acontece sin más como necesidad, puro deseo de la nada. Sin aviso se pierde por las cimas de lo leve y lo intacto.
Tejida con sonidos antiquísimos y remotos silencios, su música despierta la piel terrestre, riza la espalda de la mar, manifiesta la flexibilidad, exalta la firmeza de todas las raíces.
Ante las sendas, su camino solo; hacia ninguna parte, sólo su hálito, alma del soplo y corazón del aire.
En la quietud del aire, el viento espera. Desconoce su espera y lo esperado. Relajado en su alma, va acopiando compases hasta que apenas vibra su alada transparencia.
El hombre sueña viento; el viento sueña al hombre. Intermitentemente una trompeta gime en las manos del viento, arrastrando el dolor y la pena del hombre…
Va despertando el hombre: hay en sus labios un temblor de árboles; en su pecho un espacio abierto para siempre; en su lengua un sabor a música callada; y en su alma una estela de su propio destino.
Luis Ángel Barquín
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